Evelyn (2011) es el resultado del deseo de denuncia social de la inhumana situación que viven cientos de miles de mujeres en el mundo y que Isabel de Ocampo ya quiso reflejar en “Miente” (2008), trabajo que le llevó a ganar el Goya al mejor cortometraje en el año 2009.
En “Miente”, la directora quiso dejar constancia del papel que juegan las mafias de la Europa Oriental en la trata de mujeres. Unos años después en “Evelyn” no limitó la construcción del guión a la consulta de fuentes indirectas, sino que quiso conocer de primera mano el testimonio de mujeres que habían pasado por esta situación o que incluso todavía seguían en ella y contarlo de la manera tan fiel, dura y cruel como lo transmite esta película.
Además de para darle un giro de 180 grados al guión, este contacto directo con mujeres víctimas de la explotación sexual, le sirvió para saber que, cuando se habla de las mujeres llegadas de América Latina, las familias y amigos (de manera involuntaria por un lado y forzada por otra) juegan un papel fundamental en el mantenimiento de este sistema del que parece no haber salida. Esto es algo que resulta verdaderamente incomprensible para el espectador durante buena parte de la película, pero que sin embargo llega a entender conforme la misma va avanzando. Sin duda, cualquiera que vea “Evelyn”, no quedará indiferente ante esta realidad, y desde luego cambiará lo que hasta el momento pensaba de la prostitución y de todo lo que la rodea, y nunca más le valdrá el “si están ahí es porque quieren”.
Isabel de Ocampo trata de plasmar en “Evelyn” la situación que día a día sufren más de dos millones de mujeres y niñas en el mundo y que se da en “puticlubs” que afloran en todas las carreteras del país, lugares que plenos de un machismo incontenible y de frialdad infinita, generan en el espectador una sensación de terror y horror, y que sin duda tiene que ver con el hecho de sentirnos conscientes de que estas realidades no están alejadas de nuestras casas, pueblos o ciudades.
Sin embargo, cuando hablamos de las causas por las que estas mujeres emprenden este camino sin vuelta atrás, sí tenemos que coger un mapa y trasladarnos a otras regiones del mundo donde las situaciones de pobreza son el perfecto caldo de cultivo para la introducción de las mafias; y aunque sin duda no es esta la principal idea que la directora quiere transmitir en la película, en el arranque de la misma sí hace referencias a ello situando el inicio de la acción en una pequeña aldea rural de Perú, desde dónde seguramente cientos de personas salieron desde finales del siglo pasado y durante la primera década del siglo XXI buscando mejores condiciones de vida emigrando a Europa y Estados Unidos.
El simple gesto de levantar la palanca de un grifo y que de forma inmediata brote el agua es algo que sorprende a una Evelyn recién llegada a España desde un pequeño pueblo de Perú, aquel en el que todas la mañanas se levanta de madrugada para lavarse a baldes de agua fría antes de ir a la panadería, llevar a sus hermanos al colegio e ir a trabajar de chica de la limpieza en una casa de la ciudad; y todo para ganar una “platita” insuficiente para que un médico trate la enfermedad de su madre. Esta situación que se vive en su familia, y sensación de seguridad que le provoca tener a su prima en España, es lo que finalmente lleva a Evelyn a tomar una decisión que cambiará su vida para siempre.
Un simple cuaderno de mecanografía, un ordenador portátil y tres escenas sirven para mostrar el empeño de un continente entero por salir de la situación de pobreza y desigualdad; y es que garantizar un sistema público de educación es hoy día el gran reto del continente latinoamericano, una región del mundo donde, los esfuerzos sin precedentes en países como Brasil, Bolivia o Ecuador, todavía son insuficientes cuando se habla del futuro de cualquier país.
Estas, y otras muchas situaciones de marginación, ignorancia, pobreza y falta de oportunidades para mejorar sus condiciones de vida, son determinantes para que muchas mujeres como Evelyn acaben en manos de las mafias que controlan el tráfico sexual. Pero, las mafias no actúan solas, sino que lo hacen, en algunas ocasiones, con la complicidad e incluso la colaboración de las autoridades, las leyes y los cuerpos de policía, y por supuesto con los millones de hombres consumidores de prostitución a lo largo de todo el mundo. Y cuando hablo de consumidores no hablo del que va a un “puticlub” a tener sexo o a que se la chupen, sino también de aquellos que ponen 10 euros para, en la despedida de un colega, contratar a una prostituta que venga a hacer un striptease… y lo que viene después.
¡Ciegos estaríamos si no viéramos la parte de responsabilidad que nos toca, especialmente como hombres!