En cualquier listado de películas con conciencia política aparece ‘Todos los hombres del presidente’, pero es más un mérito de forma que de contenido.

La película de Alan J. Pakula tiene mucho de documento periodístico y poco de filme. Por técnica, interpretación y guión, no soporta el escrutinio del crítico más indulgente pero, por la claridad con la que narra lo ocurrido en el famoso edificio Watergate, hay quien lo considera una obra maestra.

Dustin Hoffman y Robert Redford encarnan a los idealistas periodistas que investigando un asunto de escasa repercusión política desencadenan una dramática bola de nieve que acaba arrollando al presidente Nixon.

Pakula se empeña en que los espectadores conozcan a fondo lo que sucedió con su dimitido presidente. Fue una campaña larga y tediosa y eso lo exhibe de forma intencionada.

Gracias a esta película los norteamericanos tienen una idea clara de por dónde se mueven los hilos de la corrupción política. Pakula podría haber elegido un guión más trepidante, unos periodistas más listos y hasta un final más dramático, pero eso suponía desvirtuar lo que realmente ocurrió.

Por eso hay que aplaudir a Pakula, porque no hizo una gran película en términos técnicos, pero sí en éticos.

‘Todos los hombres del presidente’ ha quedado con el paso del tiempo en una excepción. Causó gran impacto porque tocaba un tema hasta entonces desconocido: la corrupción en la democracia. Hoy, desgraciadamente, no tendría ese impacto. Los espectadores han consumido en los últimos años tal cantidad de casos de corrupción que han perdido su capacidad de sorpresa, aunque el cine ha ejercido también su papel de un medio de comunicación comprometido.

Y llegados a este punto nos podemos preguntar: ¿Por qué no hay ninguna película sobre la Gürtel?

 

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